El Dios relativo (II) Deus vs. Homo
Por Fernando Carbajo (*)
Me ha pedido Javier una reflexión al
hilo de su artículo «El Dios relativo. Una lectura de Bloch y Gesché». Su
lectura plantea, a mi entender, una cuestión clave: la dialéctica Deus vs Homo, la visión de la relación
entre Dios y el hombre como rivales en lucha. Esta dialéctica puede verse como
una de las claves de la evolución de la cultura en occidente en los últimos
cinco o seis siglos y a mi entender es una de las tragedias de la mentalidad
actual. Tampoco es que se trate de una novedad, puesto que esa dialéctica se
halla presente desde el inicio de la humanidad. En efecto, la tentación
originaria es la desconfianza hacia Dios que siembra la serpiente en Adán y
Eva; si Dios les ha prohibido comer de un árbol del jardín es porque «Dios sabe
que el día que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios» (Gn 3,
5), iguales a Él y por tanto rivales. Desde esa perspectiva, la obediencia a
Dios se considera una sumisión indigna del hombre; de modo que, para recuperar
su libertad y su dignidad, el hombre tiene que negar a Dios.
En esa tentación originaria se
encierran dos equívocos, uno referido a Dios y otro al hombre. En primer lugar,
la pretensión de igualarse a Dios implica ignorar nuestra finitud, negarse a
reconocer la limitación inherente a nuestra condición de criaturas, de seres
creados y, por consiguiente, dependientes del ser de otro. En segundo lugar,
aquella pretensión ignora que «Dios creó al hombre a su imagen» (Gn 1, 27) y que
al verlo lo encontró «muy bueno» (Gn 1,31). Es decir, la creación del hombre
manifiesta la libertad y el amor de Dios: «Dijo Dios: – Hagamos al hombre a
nuestra imagen, según nuestra semejanza. (…) Y vio Dios todo lo que había
hecho; y he aquí que era muy bueno» (Gn 1, 26 y 31).
La prueba definitiva del amor de Dios
por el hombre es la entrega del Dios-Hombre en la Cruz, mediante la cual el ser
humano alcanza la posibilidad de participar de la naturaleza divina (¡de ser
hijos de Dios!) y liberarse del pecado. Es decir, la pretensión humana de
igualarse a Dios se realiza, no en la negación de Dios (esa es la tentación
originaria), sino en la aceptación de la redención obrada por Jesucristo. ¡A la
rebelión del hombre (el pecado de origen) Dios responde dándonos la posibilidad
de «divinizarnos» haciéndonos hijos adoptivos suyos! ¿Hacen falta más pruebas
del Amor de Dios por los hombres? Precisamente es el amor y solo el amor lo que
permite superar cualquier dialéctica de enfrentamiento.
* Fernando es Doctor en Filosofía y Catedático de Instituto jubilado.
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