¿Puede el azar ser la mejor explicación de la existencia del mundo? (II)

 Por Leandro Sequeiros


El azar como salida de emergencia de la explicación del  mundo

 

El actor y director Ricky Gervais, muy conocido por su serie Supernature en Netflix, pone el dedo en la llaga de la cultura de la cancelación; promueve, como un necesario militante ateo, una visión racionalista y desangelada de la naturaleza y también, con su acostumbrada risa burlona, le expone a su audiencia una verdad incómoda que muchas veces olvidamos o no queremos ver: esto es, cuán afortunados somos. “Las probabilidades de estar aquí, de que existan en este momento, de su concepción, son de 400 billones a uno”, dispara el cómico.

En su inteligente comentario, el creador de la serie The Office, en realidad, sin nombrarla alude a una fuerza invisible que domina nuestra vida y la del universo: el azar. Por lo general, pensamos que se esconde en sitios específicos como los hoteles exageradamente fastuosos de Las Vegas; en las ruletas de los casinos del mundo; en los partidos de cartas con los que muchos eligen pasar una tarde en la playa o en los intestinos oscuros de las máquinas tragamonedas. Pero en verdad, el azar está en todas partes. Ya lo había dicho Séneca en el siglo I: “Vivimos como por azar y es el azar quien nos gobierna”.

Los descubrimientos genéticos que alimentaban el concepto mismo del azar aniquilaban la comodidad del antropocentrismo, es decir, la visión predominante durante siglos sobre la vida que indicaba que toda su intrincada complejidad y belleza habían sido diseñadas por completo por Dios en su forma actual y que eras inmutables. El pastor R. C. Sproul llegó a decir en su libro Not By Chance: “La mera existencia del azar basta para expulsar a Dios de su trono cósmico. El azar no necesita reinar; no precisa ser soberano. Si existe como mero e impotente siervo, no solo deja a Dios anticuado, sino desempleado”.

Tras la muerte de Monod en 1976, su nombre e ideas se disiparon en el olvido. Y con ellas, también se disolvió la polémica. Hasta que poco a poco, físicos, biólogos y estadistas la reflotaron en los últimos 20 años y la amplificaron.

Así lo hizo el matemático y financiero Nassim Nicholas Taleb en su influyente best-seller El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable; el físico Leonard Mlodinow en El andar del borracho: cómo el azar gobierna nuestras vidas; el estadista Nate Silver en La señal y el ruido: Cómo navegar por la maraña de datos que nos inunda, localizar los que son relevantes y utilizarlos para elaborar predicciones infalibles.



El camino del azar en Sean B. Carroll 

El más reciente en emprender el mismo camino es Sean B. Carroll, quien aborda nuestra relación compleja y conflictiva con el azar. En su revelador y divertido libro Una serie de eventos afortunados: el azar, el mundo, la vida y tú (editorial Debate), este biólogo estadounidense de la Universidad de Wisconsin-Madison -que no debe confundirse con su homónimo Sean M. Carroll, físico y también reconocido divulgador- recuerda cómo el curso de la vida se ha visto sacudido por una variedad de accidentes cosmológicos y geológicos sin los cuales no estaríamos aquí: pandemias, guerras, sequías, eternas crisis económicas y otros episodios que han alterado el mundo han sido activados por sucesos aleatorios y singulares de la naturaleza, que fácilmente podrían no haber tenido lugar.

En los últimos años, matemáticos, físicos y estadistas han vuelto a explorar las ramificaciones filosóficas y prácticas del concepto del azar.

“Es razonable pensar que, sin del choque del asteroide, los dinosaurios, que habían reinado durante más de cien millones de años, probablemente seguirían aquí -sugiere el autor, conocido ya por su libro Las leyes del Serengeti: cómo funciona la vida y por qué es importante saberlo-, y por tanto no estarían los primates (ni nosotros)”.

Carrol es un escritor elegante. En lugar de bombardear al lector con conceptos y definiciones, envuelve sus ideas y argumentaciones en historias. Es cierto que en ciertos momentos parece irse por las ramas. Hasta que pone el freno y explica, por ejemplo, de qué manera la maquinaria del azar opera en el interior de cada célula de cada criatura, incluidos nosotros mismos o cómo nuestro cerebro está adaptado para funcionar a diario reconociendo patrones y conectando eventos en realidad aleatorios (de ahí que, cuando perdemos, lo aceptamos como “mala suerte” pero, cuando ganamos, pensamos que todo sucede por una razón).

Si bien en algunos pasajes la historia universal del azar que relata Carroll puede empujar al lector al abismo del nihilismo -al fin y al cabo, indica que todo ser viviente en el fondo es un accidente único que habita en un planeta mucho más inestable de lo que podemos percibir en nuestras breves vidas-, la desesperación pronto transmuta en revelación: “La dosis de azar en nuestros nacimientos es tan grande que todos deberíamos sentirnos afortunados”, concluye. “Al toparse con estas afirmaciones, uno de los posibles recursos es simplemente negar el azar.

No obstante, si tenemos el valor de aceptar el ubicuo papel del azar, surgirán determinadas cuestiones acerca del significado y el propósito de nuestras vidas: si estamos aquí por accidente y no por designio divino, ¿qué se supone que tenemos que hacer? ¿Cómo vamos a vivir a la luz de estos conocimientos?”.


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