Svante Pääbo recibe el Nobel de Medicina 2022 (II)
Por Leandro Sequeiros e Ignacio Núñez de Castro*
En las fronteras de las tradiciones religiosas
¿Podría la genómica comparada aportar alguna luz a la dimensión espiritual – o incluso religiosa- del ser humano? En la segunda parte del artículo de Ignacio Núñez de Castro publicado en la revista Razón y Fe (volumen 274, números 1413-1414 (2916) páginas 45-57, Adán, ¿Dónde estás? II, Reflexión sobre el proceso de humanización se aportan algunas reflexiones de frontera sobre la humanización. El texto completo puede encontrarse en el artículo de Razón y Fe. Llamamos humanización al proceso evolutivo que supone la maduración de las capacidades cognitivas y emocionales de la conciencia reflexiva humana por una auto-transcendencia activa (K. Rahner) de la materia hacia el espíritu.
El momento de su aparición se nos escapa de las manos como la corriente del río, ya que “no podemos desenterrar el espíritu con una pala” (J. Ratzinger). Esta auto-transcendencia activa supone la dinámica creadora de Dios. Aún queda la pregunta retórica: “Adán ¿dónde estás?”
La emergencia de la dimensión espiritual y de la mente
Tanto en la historia del Universo, como en la evolución de la vida, surgen propiedades no resultantes, sino emergentes: el inicio de la vida y la aparición de la conciencia, son dos momentos procesuales, en los que la solución reduccionista monista, que ha dominado la ciencia positiva desde mediados del siglo XIX, no satisface el problema.
Los diferentes dualismos que ha habido a lo largo de la historia: el aristotélico- tomista, el cartesiano, el interaccionista de K. Popper y J. Eccles, clarifican en parte y nos hacen comprensible el ser humano, -el mismo J. Monod afirmaba el valor operacional del dualismo-, pero ninguno de los dualismos satisface plenamente la solución del problema: el misterio del hombre. El emergentismo fuerte no fisicalista, que supone un punto de inflexión, por una autotranscendecia activa de la materia hacia el espíritu se presenta como alternativa plausible entre los diversos monismos materialistas fisicalistas y los diferentes dualismos .
¿Cómo explicar cuándo aparece en el doble proceso de hominización-humanización la emergencia del espíritu? ¿En otras palabras, cómo encontrar a Adán?. La lectura de Pierre Teilhard de Chardin hizo reflexionar al teólogo K. Rahner sobre el manifiesto parentesco materia-espíritu en relación a la creación del mundo. En efecto, la materia, según todo su ser, procede del Espíritu creador y adquiere una profunda relación óntica con el Creador; para K. Rahner, desde su creación, la materia es un momento del espíritu y en otro lugar llamará a la materia “espíritu entumecido” . Así pues, la auto-transcendencia activa de la materia hacia el espíritu la explica Rahner como un producirse “algo realmente «nuevo» que, sin embargo, procede de una causa intramundana (…); causa que se supera a sí misma, pone una realidad mayor que la suya. Según el principio metafísico de causalidad, este superarse a sí misma, solo es posible en virtud de la dinámica del ser absoluto, que es al mismo tiempo lo «más íntimo» de la causa intramundana y lo más distinto del ser finito que ejerce la causalidad” . Ciertamente, estas reflexiones de K. Rahner suponen una nueva visión de la creación y expresan una nueva manera de concebir la acción transcendente de Dios en la dinámica del proceso evolutivo. Devenir, nos dirá Rahner, “ha de ser entendido como auto-transcendencia real, autosuperación”, puesto que este concepto de auto-transcendencia incluye también la transcendencia en lo substancialmente nuevo, el salto a lo esencialmente más alto” .
Conclusión: todos somos Adán
Afirmábamos anteriormente que no podemos hablar del momento preciso de la humanización; se nos escapa de entre lo dedos de las manos como la corriente del río, ya que la maduración de la conciencia vista desde nuestra limitada escala temporal fue un evento tremendamente lento, que sólo se puede percibir ampliando grandemente la escala.
Ya el Papa Pío XII en la Encíclica Humani generis nos advertía que “el magisterio de la Iglesia no prohíbe que la doctrina de la ‘evolución’ en la medida que busca el origen del cuerpo humano a partir de una materia ya existente y viva…sea objeto de investigación”. Cincuenta años después Juan Pablo II en el Discurso a la Academia Pontificia de Ciencias de 1996 matizaba: ”La encíclica Humani Generis consideraba la doctrina del ‘evolucionismo’ como una hipótesis seria, digna de una investigación y de una reflexión profundas, del mismo modo que la hipótesis opuesta. Hoy, casi medio siglo después de la aparición de la encíclica, nuevos conocimientos llevan a reconocer en la teoría de la evolución más que una hipótesis” .
Joseph Ratzinger, a mi juicio, soluciona el problema del salto ontológico, con la afirmación de que “una creación especial supone una dependencia especial”; ahora bien, esa creación especial debe ser entendida no sólo en la aparición del primer hombre Adán, sino también en la aparición de cada uno de todos los seres humanos que es llamado por Dios a la vida, puesto que, como afirma el mismo Ratzinger en otro lugar “el nombre de Adán alude a cada uno de nosotros: todo ser humano se encuentra directamente ante Dios. La fe no afirma del primer hombre nada que no afirme de nosotros y, a la inversa, tampoco afirma de nosotros menos de lo que afirma del primer hombre” .
Si todos somos Adán, la acción inmanente y a la vez transcendente de Dios en la creación del espíritu humano acontece por igual siempre que un ser humano es concebido. Si tos somos Adán y el Adán bíblico es el epónimo de la humanidad, no tenemos que seguir preguntando: “Adán, ¿Dónde estás?” Buscábamos a Adán y lo hemos encontrado en cada uno de nosotros. Ciertamente, como diría Charles Darwin en el párrafo final de El origen de las especies, -párrafo que no modificó en ninguna de las seis ediciones que se imprimieron en su vida-, “hay una grandeza, en esta concepción de que la vida, con sus diferentes facultades, fue originalmente alentada por el Creador en un corto número de formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un principio tan sencillo, infinidad de formas las más bellas y portentosas”. Parafraseando a Darwin podríamos decir: hay una grandeza en esta concepción de que todo ser humano es Adán o Eva y que toda su vida, alentada por el Creador, está enraizada en el devenir de todo el proceso evolutivo del Universo. Tal vez la paleogenómica pueda ser una pieza que aporte luz para responder a estas cuestiones.
*Los autores:
Ignacio Núñez de Castro, Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular Universidad de Málaga. Leandro Sequeiros San Román, Catedrático de Paleontología, Universidad de Sevilla.
Ambos son colaboradores de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.
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