No abordar los problemas no puede ser la solución

 Por Javier Martínez Baigorri


Desde hace un par de semanas hay un tema que me ronda y no puedo dejar de darle vueltas. Recientemente se había anunciado en un centro de fe y cultura de una congregación religiosa una charla, impartida por un miembro de dicha congregación, sobre Iglesia y homosexualidad. La charla se suspendió dos o tres días antes de que tuviera lugar por presiones desde el obispado al que pertenece la localidad. No puedo decir si me sorprendió o no la suspensión. Por una parte no me sorprendió porque hay ciertos temas que no sabemos abordar de manera adecuada aunque, por otra parte, confiaba en que ya había llegado el momento en que se podía hablar de esta cuestión con naturalidad.

No me cabe ninguna duda de que en la Iglesia tenemos pendiente un diálogo intraeclesial sobre todo lo referente a la sexualidad en general, y la homosexualidad en particular. Este último es muy necesario por diversas razones. Sin pretender agotar todas las razones, ni profundizar más que lo este breve formato permite, me gustaría abordar alguna de ellas.




En primer lugar es que la homosexualidad no es un atributo que una persona se pone y se quita como si fuera un traje, sino que forma parte constitutiva de la identidad de muchas personas, también dentro de la Iglesia. No podemos olvidar que entre las trabas normativas que las personas homosexuales han tenido, y todavía tienen, a lo largo de la historia para ser reconocidas, la religión ha tenido un papel importante. Eso hace que todavía sea más importante la deuda que algunas religiones tenemos con las personas homosexuales.

No menos importante es caer en la cuenta de que el mensaje que transmiten los evangelios siempre apunta a un tema de justicia social, superando algunos prejuicios morales de la época. Así, Jesús entra en casa de Zaqueo, llama a Mateo, se deja limpiar los pies por la "pecadora pública" y no condena a la adúltera. Unas pocas líneas después de decir a esta última "yo tampoco te condeno", dice expresamente que no ha venido a condenar. 

¿No refleja esto que entre el concepto teológico de pecado (algo que separa de Dios) y las concreciones morales que cada época, cultura y religión establecen hay una profunda separación? La equiparación entre uno y otro, sobre todo en lo que a sexualidad se refiere, no han hecho sino pervertir el significado del concepto pecado, despojándolo de su profundidad y ridiculizando su sentido. No es de extrañar que en la actualidad haya perdido toda significación. Dice Bloch que la cultura está impregnada de ideología que sirve para justificar un sistema injusto. Sin duda, una parte de la jerarquía de la Iglesia -que tanto critica la ideología- mantiene una "forma cultural" trasnochada -la identificación de la homosexualidad (moral) con el concepto de pecado- a la que se aferra para intentar mantener un orden que ya no existe.

No es una cuestión menor, debemos de ser conscientes de cómo estamos contribuyendo a la estigmatización de un colectivo. Sobre todo de aquellos que se sienten católicos y tienen que sufrir la invisibilización y el desprecio oficial. Pueden estar, siempre que no se note mucho, pero no se puede hablar de ellos. Muerto el perro se acabó la rabia. Una institución que pretende transmitir el mensaje de Dios según los evangelios, no puede fomentar el odio, vamos a hablar claro, contra una parte de sus miembros ni contra una parte de la población. 

Este odio existe y  se manifiesta de manera dolorosamente patente y extrema en casos como la reciente aprobación en Uganda de una ley contra la homosexualidad, que es una vergüenza y constituye una grave vulneración de los derechos humanos. Un país de mayoría cristiana ha dado luz verde que conlleva penas de cárcel. e incluso de muerte, para personas homosexuales. Algo pasa cuando en ciertas partes del planeta se ve amenazada la vida por la condición sexual, pero también algo pasa cuando en otras partes conlleva algún tipo de discriminación.

En los últimos tiempos, la Iglesia se ha embarcado en una reflexión sinodal que busca abrir caminos nuevos para los cristianos. Me consta que en diversos sitios, la diversidad sexual ha sido una cuestión que ha aparecido de manera importante en dicha reflexión sinodal. También hay comunidades cristianas que abiertamente reconocen la diversidad sexual que hay entre sus miembros y buscan normalizar la situación de las personas LGTBIQ+ en la comunidad cristiana. Estos brotes verdes nos muestran que somos muchos los cristianos que creemos que ya va siendo hora de que nos tomemos en serio una cuestión tan importante como esta, y el dolor que sufren muchas personas por el rechazo que reciben de su Iglesia.


* Imagen de Pixabay.

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