Tejer lo común

Publicado originalmente en el blog políticamente de CVX España

 

Por Javier Martínez Baigorri


Hace unas semanas, cuando hablábamos sobre el fetiche del poder político, terminamos con unas palabras de Francisco, que invitan a construir comunidad y constituyen una llamada a tejer un mundo en común. Esto es algo que sólo se puede construir desde un cambio de lugar de partida desde el que nos enfrentamos a esta tarea. No podemos seguir creyendo en la ilusión del individualismo. No es posible comenzar a pensar lo común y llegar a tejer y trenzar un proyecto común, desde una posición primigenia de individuos dispuestos a ceder sólo una parte de esa individualidad para generar un paraguas que da cobijo a esas individualidades. Hay que ir más allá: somos seres en relación y sólo podemos entendernos en la intersección de ese conjunto de relaciones que nos constituye.

No son pocos los pensadores que han mostrado esta realidad. Así, Marina Garces (Un mundo en común, Bellaterra 2013) subraya la necesidad de “descubrir el mundo común en el que, queramos o no, ya estamos implicados”, antes de llevar a cabo cualquier intento de construir lo común. Por su parte, en un reciente libro postpandémico, Judith Butler (¿Qué mundo es este?, Arcadia 2022) se pregunta por el mundo en el que vivimos y cómo puede garantizar una vida digna de ser vivida:

“Para que la vida sea digna de ser vivida es necesario revindicar nuestra interdependencia, la implicación de unos con otros y adquirir un compromiso firme con el planeta y sus habitantes, humanos y no humanos, para respirar en un auténtico mundo en común”.

En esta cita aparece uno de los desplazamientos que más adelante voy a proponer como necesarios. En este común se hace necesario ampliar los límites actuales de nuestras comunidades socio-políticas, no sólo para incluir a toda la comunidad humana, sino también a la comunidad terrana que diría Latour; se hace necesario, por tanto, una visión eco-sistémica. Esta visión ecosistémica implica dejar de ver al mundo como un conjunto de objetos para empezar a verlo como una red de agentes interrelacionados e interdependientes entre sí, idea que describe magníficamente el ya fallecido Bruno Latour en una de sus últimas obras (Dónde aterrizar, Taurus 2019).





Nuestro punto de partida vuelve a estar situado, del mismo modo que escribía en el artículo precedente, en la necesidad de superar la lógica individual del liberalismo, ya que no deja de ser una ficción. Una ficción dañina y destructiva en la que siempre vamos a encontrar personas que quedan fuera de los marcos de inteligibilidad que marcan quién es o no persona, quién merece o no tener una vida digna de duelo si se pierde. Una ficción que olvida algo tan básico como el hecho de nuestra interdependencia y que sólo las relaciones con los otros (incluido los otros no humanos) permiten nuestra pervivencia (Butler, Cuerpos aliados y lucha política, Paidós 2017).

Teniendo todo lo comentado hasta el momento como telón de fondo, como melodía que conduce el discurrir de estas líneas, se hace necesario articular un discurso que nos permita dar un giro, con una visión eco-sistémica, respecto al punto en el que nos encontramos como sociedad. Para ello, en mi opinión, en este discurso se debe dar un triple desplazamiento:

  • Desplazar el discurso desde el yo al nosotros.
  • Desplazar el marco de reconocimiento o ampliar los límites de la comunidad.
  • Desplazar fronteras desde lo humano hacia lo "natural".

¿Qué significa el primer desplazamiento? Para desplazar en el discurso el yo hacia el nosotros, se hace necesario reconocernos vulnerables. Quizá el rasgo constitutivo y determinante de la vida sea la vulnerabilidad. Una vulnerabilidad intrínseca que reside en la interdependencia profunda que tenemos los seres vivos y que los ciudadanos de las democracias occidentales parecemos haber olvidado a pesar de que la reciente pandemia nos ha mostrado, como no podíamos imaginar en Occidente, la realidad de la interdependencia. Ello supone el radical entrelazamiento existente entre todos, más allá de la ficción de las fronteras.

Para conseguir el primer desplazamiento es necesario realizar un segundo desplazamiento: ampliar los límites de la comunidad. Todo sistema, por el hecho de serlo y quedar definido por unas normas, es incapaz de contener todo lo que pretende abarcar. Siempre quedan excluidos, que no son reconocidos, ni siquiera como ajenos al sistema, sino que, directamente, quedan en un limbo sin ser categorizados y, por tanto, inexistentes. Merece la pena acudir a los conceptos de Dussel (Totalidad y Exterioridad) y de Butler (marco de inteligibilidad) para entender bien esta cuestión, aunque no voy a poder profundizar en ellos. En el fondo, resumiendo, ambos nos ayudan a caer en la cuenta que toda comunidad humana, por lo menos en la lógica de colectividad de individualidades, se constituye como un todo normativo cerrado que impide reconocer al que queda fuera. Por eso, nos encontramos ante la necesidad, en este desplazamiento, de ayudar a visibilizar a los invisibles. Ambos autores dejan abierta la puerta a que esta necesidad se convierta en una realidad. Dussel lo hace señalando que el otro, el que ha quedado constituido como Exterioridad a la Totalidad, irrumpe y desafía al sistema. Butler, por su parte, muestra cómo toda sociedad tiene un marco de reconocimiento normativo que imposibilita reconocer como humano todo lo que queda fuera de dicho marco. Es importante señalar que ambos muestran cómo la irrupción de los que no pueden ser reconocidos les permite usar las propias reglas del sistema para ampliarlo y ganar su derecho a ser vistos y reconocidos.

Los dos desplazamientos apuntados conducen a que los seres humanos nos veamos parte de una comunidad basada en la relación y la vulnerabilidad compartida. En este contexto se han formulado categorías relevantes como puede ser la ética del cuidado. Una ética que nos ayuda a formular un tercer desplazamiento: el desplazamiento de las fronteras. Unas fronteras que no sólo se establecen entre humanos considerados de diferente manera, sino que también se dan entre lo humano y lo “natural”, entendido esto último como algo ajeno a la acción y sociedad humana. El desarrollo tecnológico producido desde la edad moderna, se ha hecho con una perspectiva en la que un sujeto, el ser humano, era capaz de conocer, descifrar cómo funciona y manipular un objeto externo a él que constituye la naturaleza. No podemos tejer un mundo común si esquilmamos y convertimos en un desierto yermo donde no puede crecer la vida el sustrato común sobre el que vivimos y sin el que la vida sería impensable. Dice mucho de nosotros cómo tratamos al planeta y a los seres vivos que no son un mero recurso sino parte de esa red de interrelaciones que nos constituyen y definen.

Por ir resumiendo, que no agotando un tema inagotable, necesitamos convertirnos en ciudadanos globales, ciudadanos que cultivan la lógica del consenso y el diálogo deliberativo e inclusivo. Necesitamos una visión eco-sistémica que ayude a “aceptar la vulnerabilidad, la interdependencia y la empatía necesaria para motivar y mantener el compromiso transformador”. Transformación a realizar desde el triple desplazamiento planteado.

Queda mucho por decir todavía, pero no se trata de agotar en un breve artículo un tema que exige rigor, profundidad y delimitación de los conceptos usados. Tal vez más adelante podamos detenernos en cada uno de los tres desplazamientos y desarrollar un poco más el concepto eco-sistémico que se presenta como una categoría imprescindible para tejer lo común. Otra cuestión relevante que no se ha podido abordar en esta entrada del blog y que es muy necesaria para avanzar en una lógica comunitaria, es el papel de las teorías críticas que ponen en jaque “verdades” consolidadas que son un freno a cualquier proyecto en común y que son tachadas de relativistas o de populismo en cuanto se oponen al sistema vigente basado en la individualidad.



*Foto de Pixabay.

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