Modelos de relación entre ciencia y religión (II)
Por Javier Martínez Baigorri
Otra idea importante que nos
enseña Barbour, y que es necesario tener en cuenta antes de abordar cualquier
tarea de renovación y reformulación teológica, es que no utilizamos modelos
para intentar comprender la realidad que tratamos de describir. El uso de
modelos es algo que en ciencias está muy asumido y normalizado, aunque muchas
veces se nos olvida. Una pregunta pertinente es la pregunta por si conocemos la
realidad tal y como es, o no. Es una pregunta demasiado compleja como para
desarrollarla en estos párrafos introductorios e un capítulo dedicado a otro
tema. Muchas veces, sobre todo los profanos en la materia, tenemos una fe ciega
en que la ciencia nos explica el mundo tal y como es; que su realidad viene
dada de manera objetiva por nuestros estudios. Esto es así, pero sólo hasta
cierto punto. En ciencia estamos acostumbrados a utilizar modelos que
simplifican la realidad y nos permiten estudiarla y explicarla de manera
parcial aunque tengamos pretensiones de explicarla de manera completa. Voy a
poner dos ejemplos muy sencillos que nos ayudarán a comprender esto.
Durante tres años estuve
estudiando, experimentalmente, el funcionamiento de diversas enzimas. Un enzima
es una proteína que actúa como catalizador en una reacción bioquímica
permitiendo que la velocidad de esa reacción transcurra de manera
suficientemente rápida como para permitir que una célula tenga un metabolismo
que sustente la vida. Cuando estudias el funcionamiento de este enzima, lo
haces en un entorno controlado; un tubo de ensayo donde pones aquellas
sustancias necesarias para que tenga lugar la reacción. ¿Es real el
funcionamiento descrito para el enzima? Evidentemente sí. Si esto lo haces con
todas las reacciones químicas que forman parte de una ruta metabólica,
entiendes como transcurre esta vía. El problema es que estas reacciones nunca
tienen lugar en tubos de ensayo con medios tan simplificados, sino que la
célula constituye un gran tubo de ensayo donde simultáneamente tienen lugar
miles de reacciones bioquímicas.
Otro ejemplo es el uso de modelos. Todo estudiante que termina la ESO ha estudiado, como mínimo, el modelo atómico y su evolución y la teoría cinética de la materia. En ambos casos se nos ofrece una explicación de la realidad mediante un modelo explicativo que permite entenderla. ¿Son estos modelos reales? Pues sí y no. El modelo atómico ha intentado explicar cómo son los átomos y cómo la materia está formada por estos átomos. El átomo tal y como lo explicó Dalton, hace tiempo que está superado, pero en su momento aportó mayor comprensión de la materia de la que existía y ayudó al avance de nuestro conocimiento de la realidad. Varios modelos atómicos después, poseemos uno que seguro se acerca más a lo que realmente es pero, posiblemente, no recoja toda la realidad. Por eso, podría verse superado en un momento posterior sin que por ello haya sido un fracaso. De hecho, los modelos han contribuido a la formulación, comprensión, extensión y modificación de las teorías científicas.
Esto que ocurre con la ciencia y
a lo que estamos acostumbrados, ocurre también con la teología. Teniendo en
cuenta que su naturaleza es todavía más compleja que la del saber científico,
no podemos pretender explicarlo todo con una única y definitiva teoría, sino
que tenemos que conformarnos con diferentes modelos que no pueden aspirar a
corresponder de manera exacta y exhaustiva con la realidad (Polkinghorne,
2007). Pero, como conocemos de su uso en ciencias, este hecho no resta
importancia al modelo ya gracias a ellos podemos profundizar en nuestra comprensión
y conocimiento de la realidad. Del mismo modo, en el campo del pensamiento
religioso se han utilizado multitud de modelos analógicos –permitidme hacer
énfasis en la última palabra: analógico- que si bien son incapaces de
comprender toda la realidad de Dios nos han ayudado a profundizar en la
experiencia religiosa del ser humano. Uno de estos modelos analógicos es el uso
de la categoría “Padre” para referirnos a Dios.
Bibliografía citada:
Polkinghorne, J., 2007. La fe de un físico. Estella: Verbo Divino.
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