La fuerza de la costumbre y la fugacidad de la desgracia

 Por Javier Martínez Baigorri


La fugacidad con la que diferentes acontecimientos quedan en el olvido muestran cómo nos acostumbramos a que las cosas sean irremediablemente como son. Hace poco más de año vimos por televisión, en tiempo real, como se producía el abandono de Afganistán por parte de las fuerzas militares internacionales que desde hace veinte años estaban presentes en el país. Poco después, las televisiones nos retransmitieron en directo la erupción del volcán de la Palma, informando del avance milímetro a milímetro de la colada de lava y el estado de las viviendas y habitantes de la zona afectada. La vuelta a la calma del volcán dio paso al comienzo de la guerra en Ucrania. Este último acontecimiento nos afectó de manera especial y comenzó la preocupación generalizada por las consecuencias de la guerra: humanas y económicas.

Como las anteriores noticias, después de haber ocupado horas diarias en la programación de los medios de comunicación, el paso del tiempo y la llegado del verano ha hecho pasar la guerra y, sobre todo, las consecuencias para los ucranianos a segundo plano. Nos queda las consecuencias, por lo menos eso nos dicen que son, económicas y cómo puede afectarnos en el día a los ciudadanos de la Unión Europea.




Hace unos meses escribí una entrada en este mismo blog en el que nombraba a Butler y los marcos de inteligibilidad para las vidas que importan y las vidas que no importan. Las noticias como las de Afganistán y Ucrania nos hacen sentir por unos momentos la desgracia que viven millones de personas, pero no tardamos en acostumbrarnos y normalizar lo que está ocurriendo. Poco a poco, los tiempos en televisión se reducen y quedan como noticias de fondo que nunca se van del todo, pero dejan de tener actualidad informativa. ¿Quién se acuerda ahora de Siria o Afganistán?

Lo peor no es que pierdan esa actualidad, sino que esa pérdida es reflejo de que nos hemos acostumbrado y han perdido la capacidad de impactarnos. Nos hemos acostumbrado a que hay vidas prescindibles: las vidas de los afganos, la de los ucranianos y rusos, la de los miles de personas que pierden su vida en el mar mediterráneo.

Convertimos los acontecimientos en buenos y malos, pero no nos preguntamos cuál ha sido nuestro papel en el fatal desenlace que ha conducido a cada uno de esos conflictos. Ojalá fuéramos capaces de no adaptar el umbral del impacto a las noticas que nos llegan. Ojalá cada imagen nos llevara a pensar por qué ha sucedido lo que nunca tendría que haber sucedido. Ojalá fuéramos capaces de preguntarnos por nuestro papel en cada una de estas desgracias. 

Acabo de leer un libro de Dussel en el que hace una lectura de Marx muy sugerente centrada en la idolatría al capital, pero eso lo dejo para las próximas semanas…


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