A fuego lento

 Por Javier Martínez Baigorri


Hay platos que se deben cocinar a fuego lento y no pueden ser objeto de una cocina apresurada y falta de tiempo de dedicación. Lo mismo pasa con ciertas actividades humanas entre las que se encuentran la lectura, la reflexión y la escritura. Necesitamos tiempo para leer y asimilar conceptos que luego puedan servirnos para ir elaborando nuestro propio pensamiento.

Precisamente ese es el objetivo que me marqué cuando decidí abrir el blog. Que fuera una excusa para obligarme a pensar y formular, aunque fuera de forma breve y sucinta, algunas ideas e intuiciones. Ese objetivo se convertía en un fantástico complemento a la escritura académica, más formal, pausada y elaborada, al mismo tiempo que me podía ayudar a formular ideas que más adelantes pudiera engarzarse y convertirse en pensamiento elaborado.

El hecho de ser un formato más ágil e inmediato, no quitaba hondura y validez al esfuerzo de obligarse a pensar y escribir alrededor de 500 palabras semanales. Sin embargo, no está siendo tan fácil como me imaginaba porque la premura y la falta de tiempo se cuela por todas partes. Vivimos en una época difícil para encontrar la pausa que el pensamiento, por lo menos aquel que merezca la pena, necesita. Cuando escribir no responde al ejercicio de dar forma y orden a aquello que vas pensando y formulando, puede convertirse en una obligación y en acto superfluo. Nada más alejado del propósito inicial de este blog.




Hace tres días, aprovechando el viaje en tren a una reunión en Madrid, me releí el magnífico diálogo de Platón: Fedón. Disfruté de su lectura, de cómo Platón, por boca de Sócrates, plantea alguno de los puntos centrales de su pensamiento y el juego que podría dar de sí su lectura en el aula. Sin embargo, cualquier docente que imparta Historia de la Filosofía en segundo de bachillerato sabe que plantear una lectura de 90 páginas es un objetivo inalcanzable. Bastante nos cuesta hacer un esbozo de cada uno de los autores y trabajar un texto cuando una parte relevante de tu público lleva meses (o años) sin leer un libro. ¿Qué cosa mejor que leer libros podríamos hacer en clase de Filosofía? Me da la sensación de que llenamos papeles y currículums con contenidos irrenunciables que van a tratarse de una manera superficial, y renunciamos a la lectura pausada, al trabajo de comprensión, a la adquisición de vocabulario y a la posibilidad de poder redactar textos elaborados que deberían ser el centro de toda actividad docente. La escuela, como el resto de la sociedad, vive apresurada y sin tiempo para la reflexión y el aprendizaje profundo.


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